miércoles, 14 de febrero de 2018

Matando a tu famoso detective Holmes.






Hoy es un placer traerles este breve texto del escritor y periodista Juan José Millás. En concreto la parte final de un pequeño y delicioso ensayo titulado: Introducción a la novela policíaca, que sirvió como introducción a la antología de cuentos de Edgar Allan Poe: El escarabajo de oro y otros cuentos, que reúne tres cuentos (de los cuatro) que Poe escribió para crear la moderna novela policiaca. Todos protagonizados por su investigador C. Auguste Dupin salvo el primero: “El escarabajo de oro” (The Gold Bug, 1843), “Los crímenes de la Rue Morgue” (The Murders in the Rue Morgue, 1841) y “El misterio de Marie Rogêt” (The Mystery of Marie Rogêt, 1845). No se incluyó “La carta robada” (The Purloined letter, 1844). Hablo como no, de la colección Tus libros de Ediciones Generales Anaya,  colección que arrancó su singladura precisamente con este libro, siendo la primera edición de octubre de 1981.


Juan José Millás. Fotografía tomada de Jot Down magazine

Tengo el mejor recuerdo de la colección Tus Libros de Anaya. Sus volúmenes eran garantía de calidad, no pocos clásicos he leído en sus páginas. A mis tiernos  trece años era autodidacta forzado en la literatura, fueron sus tremendos ensayos en forma de prólogo o de apéndice los que me permitieron bucear entre tanta oferta y conocer lo mejor de lo mejor. Aún hoy, Tus Libros sigue siendo para mí un gran prescriptor. Cuando se llega a los cincuenta, nada te importan las etiquetas, ya sea de literatura juvenil o la inventada por el corpúsculo bien pensante del lustro. Para mí, si un libro encontró cobijo en esta colección tiene salvoconducto hasta la cabecera de mi columna de lecturas pendientes. Algún día resarciré mi deuda con esta colección con un homenaje en condiciones. Pero eso será otro día.




Hoy toca hablar de grandes autores de género policiaco que llegaron a matar a su criatura de ficción, cuando su fama sobrepasó la propia. Es decir hablamos de egos, y de como el éxito comercial no es suficiente para aplacar los celos artísticos. Llega un momento que el dinero no es suficiente. Maslow y su pirámide lo sabían bien, las necesidades humanas son mezquinas, una vez cubiertas unas, aparecen otras. Y el ego, sobre todo el ego, nunca tiene bastante, es una máquina de fagocitar. El ego fue el causante que Simon and Garfunkel se separaran. Según reconoció el propio Simon no pudo superar la envidia que le producía, ver el efecto que causaba entre las jóvenes fans de buen ver la interpretación de Garfunkel de las canciones compuestas por él mismo.  


 The Sound of silence(1964)

Varios de los más granados autores del género policiaco clásico mataron a sus creaciones. No voy a adelantar nada más, Juan José Millás lo explica perfectamente, no quiero privarles del placer de leer sus palabras.




Pero no acabo aquí. Hablamos de 1981, internet no era lo que es, y la información no era tan fácil de adquirir como ahora puede parecernos. Lo que en estos días se tarda segundos en descubrir, a principios de los ochentas podían ser horas, o días si no se disponía de la obras adecuadas en casa.  Y aunque no me cabe duda que Juan José Millás es un experto sobre el género policiaco y su ensayo sigue siendo una guía válida para introducirse en este género; en 1981 de Sherlock Holmes sabía lo justo y gracias. Extraído del artículo que nos ocupa:

“… Ha tenido innumerables biógrafos y, si hiciésemos una encuesta, muchas personas sabrían decirnos algo de su vida, aunque desconocieran por completo la personalidad de su creador, Conan Doyle.

         Vivía Sherlock Holmes con el doctor Watson en el 221 de Baker Street; había nacido el 6 de enero de 1854 y llegó a ser Caballero de la Legión de Honor. Con Holmes el detective se humaniza sin que por eso pierda un ápice del carácter analítico de que hacen gala estos investigadores. A lo largo de los relatos en los que aparece nos es posible ver algunos de los rasgos más característicos de su personalidad, como su manía por el orden, puestos de manifiesto en las escenas de vida cotidiana a las que Conan Doyle nos permite asistir. …”

Todos los carteros londinenses, aún hoy día, saben que Sherlock vive en el 221B de Baker Street no en el 221, pero como ya avisé son minúsculos errores que internet hubiera subsanado en décimas de segundo.




Parece sorprendente que se tilde de maníaco del orden a Sherlock, cuando es todo lo contrario. Sin duda, siempre hay orden en su desorden, pero esa característica está muy alejada de lo que entendemos por un maníaco del orden. Sin duda hay otros rasgos más característicos de su personalidad que su orden: fumar en pipa para pensar mejor, sus adicciones a sustancias psicotrópicas, o su respeto a la reina incrustado a balazos  en la pared de la vivienda.

Pero es el propio Watson al inicio de “El Ritual de los Musgrave” (The Musgrave Ritual, mayo 1893) el que comenta:

“… Una noche de invierno, sentados los dos frente al fuego, me aventuré a sugerirle que, en vista de que ya había acabado de pegar recortes en su libro de noticias, bien podía emplear las dos horas siguientes en hacer un poco más habitable nuestra habitación. No pudo negar la justicia de mi petición y, con cara un tanto severa, se fue a su dormitorio. …”
Que obviamente no se le puede objetar a un maniaco del orden.




Es cierto que Sherlock tiene muchos biógrafos que nos han creado falsas ideas sobre Sherlock Holmes. El más importante de estos falsos biógrafos (cabe recordar que Sherlock es un personaje ficticio) es William S. Baring-Gould que en su obra de 1962, Sherlock Holmes de Baker Street (Sherlock Holmes of Baker Sreet: A Life of the World’s First Consulting Detective). Baring-Gould crea sin soporte alguno, todos los datos que considera necesarios, para crear una biografía coherente a su criterio, partiendo de lo narrado por Doyle. Y una de las más sangrantes creaciones infundadas de Baring-Gould es la fecha de nacimiento de Sherlock.

El canon es el conjunto de obras escritas por Arthur Conan Doyle sobre Sherlock Holmes: hablamos de 56 relatos y 4 novelas, ninguna de ellas cita la fecha de nacimiento de Sherlock.




Existen muchos más errores como este. Tampoco aparece en el canon holmesiano la famosa expresión: “Elemental, mi querido Watson” que se debe a una de las muchas películas que de Holmes se han realizado, en concreto la titulada en España Sherlock Holmes  contra Moriarty y en Hispanoamérica Las aventuras de Sherlock Holmes (The Adventure of Sherlock Holmes, 1939 dirigida por Alfred L. Werker). Curiosamente esta película ya ha sido objeto de análisis en este mismo blog, en la entrada del 10 de marzo de 2017: Sherlock Holmes contra las Clausulas Suelo.

Pero como digo, nada que un acceso a una obra de referencia adecuada no hubiera arreglado rápidamente. Pero lo que sigue tiene peor solución:

“… harto de él, Doyle decide matarlo, y en su novela El problema final Sherlock Holmes muere al caer por un precipicio cuando lucha con su enemigo mortal, Moriarty. Sin embargo, al publicar la novela Conan Doyle recibe miles de cartas en las que se le reprocha tal “asesinato”. Las presiones sociales son tan fuertes que se ve obligado a resucitarlo, imagino que a su pesar, en su siguiente relato, La casa vacía.  …”
Sherlock muere al caer a las cataratas de Reichenbach (Suiza) no en un vulgar precipicio. El cuento “El problema final” (The Final Problem, diciembre 1893)  se publicó en la revista The Strand Magazine como toda la obra de Sherlock y es más tarde cuando se edita la antología en formato libro: Las memorias de Sherlock Holmes (The Memoirs of Sherlock Holmes, 1894). Como vengo diciendo todo fácilmente subsanable cono una buena fuente de información.

Aunque es algo muy extendido, como el “elemental, querido Watson” y la fecha de nacimiento, es falso que Doyle cediese a las presiones sociales que le reprochaban el asesinato de Holmes...  o mucho han cambiado las presiones sociales desde entonces. La siguiente obra publicada por Doyle, con Sherlock como personaje, es El sabueso de los Baskerville (The Hound of the Baskervilles) que empezó a publicarse por entregas en agosto de 1901 hasta abril de 1902 en The Strand Magazine  como siempre y rápidamente publicada como libro en 1902, al tratarse de una novela. 




Doyle tardo 7 años y 9 meses en volver a publicar un texto de Sherlock tras su muerte. Dudo mucho que este plazo de tiempo pueda ser considerado responder a una presión social. Sin embargo Doyle no resucitó a Sherlock, pues esta narración se sitúa en un tiempo narrativo previo a su muerte en las cataratas suizas. Por lo que podemos considerar que Sherlock seguía muerto, y bien muerto.

La resurrección de Sherlock Holmes se produce tal y como apunta a Juan José, en el cuento “La casa vacía”, más conocida como “La casa deshabitada” (The Adventure of the Empty House, octubre de 1903, se publica en una antología en febrero de 1905 bajo el título El regreso de Sherlock Holmes (The Return of Sherlock Holmes)), dónde ahora sí Sherlock vuelve a la vida como un bíblico Lázaro. Han pasado 8 años y 11 meses desde su muerte. Sin duda la razón de la resurrección de Sherlock no debe buscarse en la presión social ni en nada parecido. Pero los motivos de su vuelta de entre los muertos bien merecen otro detallado análisis, en otro momento y quizás en otro lugar.

En cualquier caso nada desautoriza el extracto del conciso y brillante ensayo de Juan José Millás que ahora sigue.

By PacoMan

Para leer el ensayo completo de Juan José Millás: Introducción a la novela policíaca siga este enlace.


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El doble, el mismo

Veamos finalmente una cuestión que posee un gran atractivo y de la que se han ocupado algunos psicólogos: las relaciones entre estos personajes míticos, los detectives de ficción, con sus propios creadores.

He titulado esta parte como «el doble, el mismo», porque tal es la sensación que me producen: que son el doble de sus autores y que la relación prolongada con ellos lleva inevitablemente a la confusión de personalidades, situación ésta difícil de soportar para el ser humano. Sobre todo, cuando el doble alcanza más fama que uno mismo, su propio creador.

Por otra parte, no hay duda de que todo escritor proyecta sobre sus personajes elementos que proceden de su propia personalidad. El problema surge cuando estos personajes crecen por su cuenta escapando al dominio de sus creadores. La relación con el doble es siempre ambivalente; de un lado, se le ama; de otro, se le odia. Si el personaje crece más de la cuenta relegando a su autor a un segundo plano, parece que la única salida posible es el «asesinato».

Maurice Leblanc decía de Arsenio Lupin: «Me sigue a todas partes; más que ser una sombra mía, he acabado por convertirme yo en una sombra suya.» Más conocida y reveladora es la anécdota relativa a Conan Doyle y Sherlock Holmes: harto de él, Doyle decide matarlo, y en su novela El problema final Sherlock Holmes muere al caer por un precipicio cuando luchaba con su enemigo mortal, Moriarty. Sin embargo, al publicarse la novela Conan Doyle recibe miles de cartas en las que se le reprocha tal «asesinato». Las presiones sociales son tan fuertes que se ve obligado a resucitarlo, imagino que a su pesar, en su siguiente relato, La casa vacía. En esta divertida novela, en la que vemos sufrir como a nadie al doctor Watson, Holmes acaba explicando que en realidad había conseguido cogerse a un saliente del precipicio, evitando la caída, pero que había preferido hacerse pasar por muerto, utilizando diversos disfraces, para mejor luchar contra Moriarty.

Más enigmático resulta todavía el caso de Agatha Christie y su personaje, el belga Poirot. Como sabemos, en el año 1976 esta escritora publica una novela titulada Telón, en la que hace morir a Poirot, que además se había pasado al «otro lado», como muestra de la ambigüedad moral que caracteriza siempre a los defensores del orden establecido. Parecía que Agatha Christie no estaba dispuesta a que el gordo detective belga la sobreviviera. Efectivamente, a los pocos meses de la aparición de esta novela ella murió también. Lo más sorprendente sin embargo es que, según declaraciones de la propia escritora, Telón estaba escrita desde 1940, y en principio parece que su deseo era que se publicara después de su muerte. Podemos ver aquí un caso de odio anticipado. Parece como si la joven Agatha Christie de 1940 supiera ya que Poirot iba a usurpar una gloria que sólo a ella pertenecía, y decide matarlo antes de dejarlo crecer. Poirot aparecerá desde 1940 en un sinfín de novelas, pero ya es un cadáver. No es un condenado a muerte; está muerto. Imagino lo que disfrutaría Agatha Christie con su secreto y lo que éste supondría como alimento de una perversidad que todos llevamos dentro.

También en el caso de Poirot, como en el de Sherlock Holmes, se produjeron infinidad de reacciones y su muerte ocupó durante semanas las páginas de muchos periódicos y revistas. Lo que revela que por parte del lector se producen con sus personajes de ficción favoritos relaciones complejas, en las que como en las novelas, como en la realidad también, la vida y la muerte, el bien y el mal, se convierten en las dos caras de una misma moneda.

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